Foto © Javier Castro Lechet

jueves, 11 de septiembre de 2014

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO 1 DE "EL BOSQUE ROJO"






1

AL AMANECER




Nicolás tenía una cita con la muerte.

El frío de la oscura madrugada le mordía como si el viento fuera un carroñero invisible detrás de un bocado a cuenta.
Pensó en Nadia. Y en el lunar de su boca...

Se le escapó un suspiro, y el denso vaho serpenteó, elevándose entre la gélida neblina como el humo de una pira en la que su corazón hubiera ardido de pura pasión, o, como si su alma, impaciente, ya hubiera renunciado al cuerpo y escapara volando.
Las miradas del pelotón se topaban con la suya sin detenerse en mirarle, o como mucho lo hacían para ver a través de él con toda naturalidad como si ya fuera un fantasma.
Nicolás tiritaba a la intemperie. Iba sentado en la parte trasera de un camión militar desprovisto de lona, que circulaba en sentido contrario a la columna motorizada de más y más camiones que llegaban a Kolpino con el contingente que se estaba concentrando para la contraofensiva. El camión solitario se echó a un lado y se detuvo a pesar de ir con retraso, y dejó paso libre a la rápida procesión de luces de guerra que ocupaba todo el ancho de una carretera que la nieve acumulada había estrechado.
Nicolás sintió vacío, soledad, desabrigo, tristeza... Cada vez tenía más frío.
Una sola preocupación le daba una y mil vueltas en la cabeza: Nadia. Se preguntaba qué sería de ella sin nadie que la cuidase..., y no pudo dejar de imaginarse lo peor.
Comenzó a despuntar el alba.
La primera luz le pareció ajena sin Nadia ni el mar. Estaba mal acostumbrado a su sonrisa en la almohada, y a esa claridad metálica del Báltico en primavera, colándose por el ventanuco de la alcoba al rayar el día... Al amanecer: cuando el cielo y el agua se funden en un largo y apasionado abrazo de amantes grises; el horizonte desaparece entre témpanos de hielo y nubes bajas; y la ciudad parece flotar en el aire, y los buques volar sobre el reflejo de un Leningrado que se desvanece como por arte de magia bajo las estelas que van dejando las quillas. Casi al amanecer...: cuando el sol nocturno de verano se asemeja a un espejismo, y los cuerpos se enredan entre las sábanas para despedir la noche con renovado amor.
Nadia...
Hacía poco más de un año que la vio por primera vez. Él tenía dieciocho, Nadia diecisiete, y, a pesar de las penurias de los primeros días de guerra, siempre recordaba aquel tiempo con cariño porque iba inevitablemente unido a ella.
En septiembre del cuarenta y uno los alemanes habían llegado a las puertas de Leningrado. Pero ante la resistencia del ejército regular y las milicias populares de voluntarios, las tropas invasoras se vieron obligadas a detener la ofensiva, limitándose a consolidar posiciones alrededor de la urbe con el propósito de someter a su población a un largo asedio que los rindiera por hambre y fuego.